Llévame muy dentro
hasta el final de tus días,
que mi reflejo se pierda
en el fondo de tus pupilas,
que llegue al mismo centro
de tus ansias y las mías,
para cobijar los miedos
de esta triste lejanía.
Reinventaré la magia
y le pondré una melodía,
para continuar viviendo
en las horas de mis días,
hasta que mis pies errantes
dancen libres en el ocaso de mi vida.
Ya distante de tu ausencia,
tu voz como un murmullo se pierda,
y la tierra infértil de mi alma
coseche al fin su último durazno,
recordarás aun el dulce néctar
que bebiste de mis labios,
y recordarás que un día
quisiste acompañar mi ocaso.
Tarde,
ya el viento del invierno
no ondeará tu rubio y frondoso cabello,
ya no lanzarás caricias al viento,
solo para ver como las recojo del suelo,
se habrán secado los charcos
donde se ahogó nuestro reflejo,
ya mi cuerpo ajado no sentirá
ambrosías de tu cuerpo.
Lejano aun está mi ocaso,
ese que aguardaba ansiosa,
como migajas de las rosas,
que nunca me regaló la primavera.
Es hoy que mi cuerpo siente,
es ahora que mi alma presiente,
que tu amor partió silente
y no me llevo en su cartera,
más no esperaré el ocaso
para saber si regresa.
Y si algún día lo hace
tal vez ese día...
ese día ya estaré muerta...
Es solo un poema triste que sale de mis ojos y rueda por mis mejillas y muere en mis labios.
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