
Un paraíso blanco, con cejas expresivas que enmarcan rasgos femeninos, dulces, intrigantes. Dos labios finos, elegantes, que configuran en perfecta simetría con el mentón, el polo sur de un rostro de mujer... perdón, de MUJER
Sus ojos son el umbral del más allá... la entrada a un infinito maravilloso de sonrisas, poesía, alegría, la entrada a un ser por demás cariñosa, por demás compañera, por demás hermosa. Su dulzura fue el néctar de flores incapaces de dar, si quiera, agua dulce... mucho menos miel pura, de la que alimenta el alma. Inhábiles de valorar el tesoro que a ellos se brindaba, que a ellos amaba y elegía cada día. Ay! Hada mía, agita tus alas y no dejes de alumbrarme con tu brillo, no dejes de encantarme con tu magia, no dejes de abrazarme con tus brazos, no dejes de besarme con tus labios de rojo carmesí... Hada mía por favor, no derrames lágrimas de cristal por necios corazones, por absurdos temores, no hagas princesa mía, que tu corazón se lastime por pasados de esas mujeres que no concluirán ni mañana ni pasado, no dejes que tu alma se aje como hoja en el otoño. Sabé que tu delicioso cuerpo de mujer, tu infinito encanto, tu perfecta combinación de feminidad y naturalidad, tu delicado sentido del humor y tu temperamento, son cualidades que muchas hadas codician. Escondida en este bosque de ilusiones, princesa mía de cabellos color sol, yo te adoro cada día y te abrazo en la distancia, protegiéndote y queriéndote... esperando que algún día despiertes a mi lado e ilumines mi mañana con el brillo de tus ojos y la luz de tu sonrisa.
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