A los amores prohibidos, a los no convencionales, a los amores que se vuelven murmullos entre los que se creen perfectos... a los amores que no conocen fronteras, a los que se les opone el mundo y a los que no admiten un no por respuesta...
A todos ellos les invito a explorar los rincones de mi baúl...

21 sept 2007

Conjuro a mi Demiurgo




...y entonces las palabras justas se abren como flores.

Ya conozco mi nombre.
Y tus labios musitarán el tuyo en mis oídos.
Ahora los escribo en los pétalos del día y sello la mañana con el canto de la alondra.
Esta es la Promesa que calla y se congela, los salmos que se borra de los labios.
Esta es la mirada que se esfuma ante la luminosidad de la blancura perfecta, fragua donde el viento mora, vacío que reverdece.
Heme aquí oficiando junto a ti.
Doy forma a este ceremonial donde crece el resplandor como astro girando entre mis manos.
Heme aquí petrificada en tus pestañas, como unicornio sorprendido por el trueno. Como ola cegada por el sol, relampaguea la nostalgia.
Como nube en la ribera, desciende el sufrimiento.
En la delicada piel de los hombros, se aposenta el hastío y Derrite el tiempo.
Veo a los hombres sucumbir, desvanecerse: marionetas que rompen sus amarras.
Como los ángeles ignoro a veces si camino entre los vivos o los muertos, Pero descubro el gruñido de la Bestia, fiero dragón con llamas, serpiente arrojando su ponzoña. Ah, pero yo sé que Adán cayó para que el hombre tuviera gozo y alegría.
Yo sé que el mundo acecha con sus garras dulces, como viento azul cargado de lujuria. Yo sé que el alba eres tu mujer que se abre en medio de la bruma y se ofrece a los deseos brutalmente enternecida.
Como amapola viuda, encandilada, viene la espesa luz perturbando la pupila.
Viene el rocío palpando con sus dedos de agua, viene el gorjeo de la tórtola, el estallido de color de mariposas, el verde alarido de la fronda.
Y vienes tú, Amada, espiga fértil, tentadora.
Como si el canto se volviera sangre y la mañana doblegara su faz ante la niebla.
Como si un ángel titubeara frente al latigazo ríspido del trueno... Pero estoy en el regazo del follaje.
El viento ha sellado mi garganta y mi voz se congela en medio de la turbulencia.
Grito.
Y la savia escurre de la grieta.
Golpeo con mis puños los reflejos del día, caigo entre el zumbido súbito del mundo y muerdo el polvo que escupen las estrellas.
Tres veces clamo entre el susurro de las aves.
Tres veces elevo las palmas de mis manos.
Tres veces unjo mi cabeza con ceniza y trementina.
Lavo mi cuerpo con aceite.
Abro mi pensamiento al susurro de los dioses.
Sello mi corazón con el sagrado río que emerge de las rocas.
¿Quién abrió mi pecho y mi costado?
¿Quién circuncidó mi más duro torbellino?
Mi canto es una plegaria en el fulgor de la montaña, flor que gira en la cresta henchida de destellos.
Mi lengua se desata ante el rumor de la memoria y mis párpados se cierran frente a la oscura ala que me acecha.
Este es mi pie sangrando en el destierro.
Esta es mi frente que inclino fatigada.
Este es mi corazón que abro en holocausto para ofrendarlo ante tu altar inmaculado. Enciendo el fuego del candor.
Aspiro el humo blanquecino y aguardo los mensajeros que entregan las señales.
Elevo mis pupilas cegadas ante el velo que pende, como lámpara que irradia filamentos de luz en la retina.
Digo mi nombre y los preceptos aprendidos y la memoria se desvanece: lánguido espejismo de ermitaña.
Digo mi nombre lentamente y mi lengua se turba ante el signo que surge y me conduce. Como oruga reptando en el desierto, como hojarasca amenazada por la flama.
Como un lamento hundido en el musgo.
Como aquella oveja herida que bala en el zarzal.
Como un escarabajo torpe avanzo, aparto el sedimento de mis ojos.
La misma Tierra estoy navegando, la misma espuma luminosa está creciendo como una vieja quimera repetida.
He aquí la puerta que se abre.
He aquí el bastón de mando que florece.
He aquí el pan y el agua que calcinan.
Esta es la Palabra aprendida desde el sueño.
Esta es la cándida sonrisa endurecida por el pinchazo del dolor que llega.
¿Quién redujo a cenizas la alegría?
¿Dónde está la escarcha y el vaho que amenazan los sentidos?
Eres una chispa de sol en medio de la hoguera.
Eres esas manos que se enlazan y germinan.
Eres miel que toca el paladar y embriaga y pulsa mis palabras.
Con mis manos empuño el corazón que paraliza.
Con mis puños apreto la punta de mis ganas.
De la encina cuelgan voces que ondulan como una serpiente en el crepúsculo.
En mi lengua el muérdago resplandece.
Conjuro las sombras atrapadas en la profundidad de las arenas.
Restauro las hojas y la hierba.
Y las aguas se agitan y la mañana emerge, como farallón en medio del océano.
Pero vendrá otro tiempo a circundar la maleza.
Tu, mujer, invocarás el sonido de la luz, la trementina y su fragancia sacra, el balido del Cordero ensangrentado, el Nombre que estremece, la fuente que conduce a la más alta belleza.
A dónde irás?
¿Dónde irá tu paso en el verano?
¿Dónde irán tus ojos que hacen conjeturas?
¿Dónde irá tu voz que clama arrepentida?
¿Y dónde la mujer que dispersó la celestial guirnalda?
Yo guardo los recuerdos de este ensueño.
Yo preservo los signos y las claves.
El ayer es sagrado para quienes cuentan.
El futuro es una senda que se abre al mediodía.
Por eso escribo gozosa de la Gloria, del esplendor que guardo del olvido.
Y canto porque un fuego cósmico calcina mi garganta, me embriago con la esencia dulce del fruto que fecunda la tierra.
Canto porque la savia se arraigó en mi lengua y mis palabras inflaman de color el horizonte.
Miro el árbol coronado de lila.
Miro el alba goteando entre las ramas.
Miro el pájaro inquieto picoteando a la oruga.
El día: canción que me ilumina mientras el aire se estremece complacido, piel de musgo que sonríe, territorio ebrio de fulgores, espejo inmenso donde crece el asombro. El día, como hojarasca que arde, como ciega mariposa herida por la espina, flor intensa que palpita en medio del estío.
La encina se levanta en medio del claro y el muérdago corona su fronda sin hormigas.
Con mis ojos busco a la mujer que amo.
Con mis manos palpo a la mujer que amo.
Esa mujer que canta es la mujer que amo.
Esa mujer que ríe es la mujer que amo.
Esa mujer que siembra la Palabra Sacra es la mujer que amo.
Más allá de la corriente etérea de los sueños la persigo.
Aspiro el suave aroma de su cuerpo.
Rauda acudo cuando su voz me llama.
Tiemblo cuando el oleaje turbio de los celos me golpea.
Heme aquí cantando:
Alzo la voz para que el eco agrande mis palabras.
Esta canción es un relámpago que anida en los cristales.
Límpido el día estalla brutal en la retina.
Inicio el aluvión que fluye desde la fuente eterna del Amor.
Aquí la transparencia azul del mediodía crece.
Su mirada tiene el vigor de la espesura.
Su mirada es el rumor del viento entre la tierra fértil.
Gota de miel apetecida su mirada resplandece.
Parpadea su mirada con un temblor más tierno que el musgo.
El líquido amargo del adiós asoma a la pupila.
Con dulzura de niña amonestada llora: sus lágrimas son líquido candor que arroja mansedumbre.
Desde el árbol del silencio pende mi corazón y escucho el llanto de la mujer que amo.
Un gajo de sol aúlla en mis entrañas.
Me estremezco cuando la llama del quebranto la calcina.
En ritual silencioso los dioses la contemplan.
El cristal endeble la media tarde, suelta una bocanada de melancolía, como fuego mustio ardiendo en el iris.
He visto la desnudez de su alma.
He contemplado ese tropel de espumas, el aletear silencioso de sus párpados. Amo el colibrí que asoma en su mirada.
Amo su mirada tierna si sonríe.
Amo sus tibias lágrimas donde navega la nostalgia.
Cuando ríe emergen crisantemos.
Cuando canta el aire destila filamentos de albor: esplende el oro que habita en la garganta. Pero la vida no es un montón de escombros, ni el torrente amargo de la furia, ni la lluvia picoteando el asfalto como un ave infatigable, ni las tinieblas irrumpiendo en los caminos.
La vida es un ramo de rosas blancas que le ofrezco, golondrina rauda escapando de la bruma, fruta dúctil que muerdo con deleite.
En la memoria palpo su rostro: sus labios evaporan la penumbra, su voz hace florecer las sombras.
Su figura, lirio luminoso en el centro del mundo.
Y la amo.
Mucho antes que la Tierra se formara.
Mi canto: sol enardecido derramándose, claridad profunda, aletear de la dulzura. Desde la sombra conjuro la suavidad de su piel, el prodigio del Amor en llamas, el ceremonial de la divina cumbre.
Sí, ya sé que sobre la desatada serranía crece la bruma, la ceniza fraguando la existencia.
Ya sé que el puño iracundo se rebela y el crepitar del Universo irrumpe enfurecido. Tú ya sabes que te amo.
Mis ojos le dijeron a tus ojos que te amo porque en cada mirada te ofrecían girasoles. Amo tus manos cálidas, tus labios que aguardan la caricia.
Amo tu rostro cándido de doncella asediada por soberbios caballeros. Pero yo soy tu maga y te conjuro a que agregues mi nombre a tu nombre. Este poema es la pócima que hice para ti.
Este poema es el hechizo que tengo para ti.
Mis palabras penetran tus oídos, filtro de amor poseyendo tu conciencia. Esta canción es la fuente que preserva mi existencia.
Tú eres testigo de mi entrega.
Yo soy Fidelidad, yo soy Armonía.
Yo soy el Amor y me doy a manos llenas para ti.
Cargo sobre mis hombros el peso de la culpa, por esos momentos que no me devolverán las palabras extraviadas.
Tú eres la Palabra que viene de lo alto y calcina el firmamento. Yo soy la mujer que corre presurosa en medio del asfalto.
Pero tu eres real, me digo. Como las flores que asciende por la ventana de la casa del vecino, como el colibrí suspendido entre alhelíes, como la acacia en medio de baldosas.
Sí, eres real. Tan real como los edificios turbados ante el ulular de las sirenas, como el ruidoso rodar de los vehículos, como la señal que cambia en los semáforos, como un rayo de sol que busca aposentarse en el asfalto.
En las cornisas el polvo roe las pinturas y la lluvia ácida golpea con furia los balcones. Árboles frutales brotan a pesar del concreto y los hombres caminan como sombras que tiritan en medio de la humedad de la ciudad.
En esta ciudad que reverbera... como un largo lamento eres real.
Y vuelves, tulipán herido por el gris morboso del crepúsculo.
Escribo los detalles del día, porque la voz de lo sagrado crece y el miedo se apodera del mundo y en cada piel se eriza el rugido feroz de los rumores.
Los escribo antes de que se los lleve el olvido.
Como aspirante a escritora tomo un trozo de luz y esculpo una montaña entre los astros.
y escribo:
La mujer es un fragmento de arcilla moldeado por la mano del Amor.
La mujer es un cristal que refulge en medio de tinieblas.
No un ángel caído sino un demiurgo que repta en el denso territorio de la vida.
Un dios que gime de dolor y gozo y deambula entre la virtud y el vicio. Por eso un día ama con furor adolescente y como una ninfa se eriza de placer y se funde en amoroso abrazo a su amada porque como mellizas Hembra y hembra fue hecha una sola mujer.
En medio del relámpago enfurecido por el zarpazo del trueno se ovilla, caracol sobre la arena.
Y cae la tarde como paloma agónica sobre la plancha impía del asfalto, se extiende como ceniza frívola.
Simula una gigantesca grulla amarilla descendiendo de la inmensidad celeste. Y comprende el sacro pavor a la mandrágora, el alarido fúnebre del ciervo, la soledad de la ofrenda en la montaña.
Como jazmín absurdo a la orilla del camino se eleva la dócil llama del otoño, el inefable atardecer de la memoria.
Y resuena el tropel arrogante del unicornio acallado por los autos de la ciudad, el mágico emblema del color del topacio que fulgura como germen concebido en océano de hielo. No dejare que el unicornio se quede con toda la magia.
Y por este inmenso amor, yo te conjuro mi demiurgo

1 comentario:

Anonymous dijo...

la manera en la que escribes es... tan intensa y sublime que llega muestra la pasion que tu cuerpo y tu alma siente, te admiro como escritora eres excelente.