A los amores prohibidos, a los no convencionales, a los amores que se vuelven murmullos entre los que se creen perfectos... a los amores que no conocen fronteras, a los que se les opone el mundo y a los que no admiten un no por respuesta...
A todos ellos les invito a explorar los rincones de mi baúl...

16 ago 2007

Algunas reflexiones sobre el uso del lenguaje en situaciones emocionales

A Zara, que me regaló la idea original de crear este texto y me invitó a pensar sobre ello.

En una charla con una amiga, una charla de café en la que nos contábamos cosas y hablábamos de cómo nos sentíamos con diferentes situaciones de cada una de nuestras vidas, ella dijo algo más o menos así: "En estas situaciones siento que el lenguaje empobrece. ¿Qué es estar bien cuando se perdió algo amado? ¿Es estar contenta? ¿Se puede estar contenta mientras se transita una pérdida, un duelo? ¿No será que estar bien en estos casos es estar triste? "Y me quedé pensando. Desde muchos lugares me quedé pensando: desde lo afectivo, desde lo psicológico, desde las teorías mismas del lenguaje, desde el sentido común, también, en algún sentido. ¿Es realmente el lenguaje lo que empobrece los sentimientos? ¿O no sabemos, tal vez, hacer un uso de él que dé cuenta de la riqueza del campo del sentir y de la riqueza del campo del lenguaje? Ante la pregunta: "¿Cómo estás?", parece que existen sólo dos respuestas posibles: "Bien o mal". En realidad, podrían ser tres si le sumamos al dúo el impreciso "más o menos". Pero ¿cuál es el significado de cada una de ellas, qué tantas gamas de sentir se esconden, se agrupan en esas tres enormes definiciones? .¿Quién decide qué significa estar bien y qué, estar mal? Alguien podría responderme que soy una ingenua al hacerme estas preguntas, que el significado de los signos lingüísticos los fija la comunidad en algún momento lejano e inimaginable de la historia, que ese significado puede haber ido mutando, conforme ha mutado la lengua expuesta a la acción del tiempo que todo lo modifica.

Pero que en última instancia, hay una convención social que fija los sentidos y que nos permite comunicarnos y entender qué decimos cuando nombramos una palabra. De lo contrario, la comunicación sería una utopía y nos convertiríamos en locas parlantes que no entenderíamos más allá de lo que cada uno decimos, sin importar lo que el otro dice... ¿o siente? Otros, podrían recordarme que la lengua, el lenguaje es el objeto en el que se inscribe el poder por toda la eternidad humana. O, corregiría mas o menos así, la lengua es un modelo de poder, un sistema modelizante primario, modelo de aquellos otros sistemas semióticos que se establecen en las diversas culturas como dispositivos de poder y de saber.

"La existencia del hombre está estructurada por la lengua y la lengua es la forma de nuestro pensamiento". Por lo tanto nuestro pensamiento está modelizado por un código común. Ese código se define, se amarra, fija sentido en función de las relaciones de fuerza que allí se desarrollen. El lenguaje no está por fuera del poder y es en el juego de fuerzas simbólicas que se establecen los significados para cada significante. Mi deseo de enriquecer cada dia mi lenguaje me recordaría la existencia de los significantes vacíos, aquellos que siempre están abiertos porque se invisten de significados en situaciones precisas. Entonces, en el juego del poder, las fuerzas en pugna harían que la cadena significante /b - i - e - n/ amarrara sentido, en este momento, en significados vecinos a "contento" "alegre" y toda su gama semántica. Y, tal vez, cada uno de ellos, cada uno de mis cuestionadores tiene razón. Mi interrogante pasa por la posición pasiva en la que cada uno de nosotros elige, opta por definir su estado de ánimo en la dupla dicotómica: Bien / Mal. Como si fueran las dos únicas palabras que pudieran cumplir la función de reemplazo de ese sentimiento que muchas veces se torna inenarrable. Aparece a menudo una necesidad imperiosa que muchas veces viene de los otros, del afuera, de clasificar los sentimientos, de saber, de ponerle palabra. Y esta necesidad viene acompañada de un fuerte deseo de que la respuesta real esté relacionada con la respuesta esperada.

A veces digo que la lengua me obliga a enunciar una acción poniéndome como sujeto, de manera que a partir de ese momento todo lo que haga será consecuencia de lo que soy y que la lengua me impone comprometerme con el otro. La respuesta a esa pregunta del "¿Cómo estás?", está impregnada de las expectativas que el cuestionador puso en la enunciación de la misma. Cuando doy una respuesta, sea la que fuere, me estoy comprometiendo: bien, mal o más o menos, son las respuestas que la convención hace que el otro espere. Y ese otro, preocupado por nuestro bienestar, siempre parece esperar que uno esté contento, calmo, "bien", finalmente. Juego a pensar diferentes formas de estar: triste, enojada, contenta, feliz, en paz, preocupada, pensando, abierta, ensimismada, desprotegida, sola, contenida, proyectando, desganada, apasionada, desapasionada. Estas son apenas algunas de las ideas que se atropellan en mi cabeza mientras escribo. Se puede estar de todos estos modos y de muchos otros. Claro, explicitar esto exige del que busca las palabras para nombrar su sentir de un trabajo, de un esfuerzo interior, de indagar, preguntar y preguntarse. Pero el pensamiento está hecho de lenguaje y toda nuestra capacidad de simbolizar, nuestra condición de seres simbólicos no sólo está relacionada con la razón sino, y fundamentalmente, con la capacidad de emoción, con lo irracional. Si esto es cierto, el pensar no es independiente del sentir, no es absolutamente racional. Entonces, ponerle palabra a esa sensación, pero palabra sincera, ganada, buscada, peleada, más allá de un simple, cómodo y tranquilizador "bien" o "mal" es algo a lo que no debiéramos renunciar los seres humanos. Usar nuestra capacidad de lenguaje para expresar lo que sentimos e ir hasta el fondo con ello, es la más humana de las acciones. El mundo no existe por fuera del lenguaje, dicen. ¿No es más rico el mundo si en lugar de responder un simple "bien" o "mal", respondiéramos por ejemplo: "No estoy bien ni mal. Estoy preguntándome cosas. Y eso no me pone contenta ni triste. Me hace pensar"? ¿Qué respondería nuestro interlocutor a esa respuesta? Seguramente algunos comprenderían rápidamente de qué se trata. Otros, luego de algún esfuerzo, algún trabajo de pensamiento lograrían acercarse a la idea de aquello que sentimos. Y tal vez algunas personas nos miren con cara de no entender e insistan: "Pero, ¿estás bien?"Y ese "estar bien" parece ser sinónimo de estar contento, de sentir alegría. Como si la tristeza estuviera mal. Como si el dolor y permitirse que algunas cosas duelan, sea malo, negativo, perjudicial. Y es cierto que hay momentos en los que el dolor se vuelve insoportable, que aquel que lo padece desearía arrancárselo de sí, vomitarlo. El dolor desespera, la sensación de pérdida desespera. Pero en esos momentos, en los que la pérdida es cercana y sentida, dejar que duela, "decir" que duele tal vez sea equivalente a estar bien.

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